miércoles, 30 de noviembre de 2016

La objeción de conciencia ante el aborto, generalizada en la sanidad gallega, provoca tragedias. Hablan las víctimas

Obligadas a parir

En Galicia solo un hospital público asume todas las interrupciones de embarazo previstas en la ley. Numerosas mujeres, privadas de información por sus médicos, se han visto obligadas a gestar fetos con graves anomalías o malformaciones incompatibles con la vida… o a buscar por su cuenta una solución a cientos de kilómetros. La Justicia considera “difícilmente aceptable” la falta de centros para abortar. Cuatro afectadas cuentan su drama, su dolor, su impotencia.

Paula soñaba con formar una familia numerosa –“mi abuelo tenía 17 hermanos”, cuenta–, pero el mundo se derrumbó tras su segundo embarazo. El feto venía con malformaciones severas, incompatibles con la vida. Los médicos del hospital de Burela, en Lugo, se extrañaron en la semana 12 de gestación, pero no comunicaron nada a los padres hasta la semana 32, en que enviaron a Paula, “sangrando y con muchos dolores” –recuerda esta maestra de educación infantil–, a abortar en una clínica privada de Madrid. Paula estaba de siete meses y medio y en Galicia no atendieron su caso aun estando dentro de los supuestos legales del aborto. En la operación, Paula perdió el útero; jamás podrá volver a gestar. Tenía 33 años. “La niña nació viva y duró 90 minutos. Regresamos a Galicia con la urnita de sus cenizas. Fue dolorosísimo”, asegura esta gallega que lleva cuatro años en tratamiento psicológico. “Algo así no se supera. Llevaba un bebé en mi barriga, no un huevo, y cada día de embarazo contaba. Es cruel retrasar la información y complicar el acceso al aborto”, denuncia.

Muchas mujeres conocen el calvario que supone que en nueve de los 14 hospitales públicos de Galicia no se practiquen abortos. En la provincia de Ourense es imposible abortar, ninguno de los tres hospitales públicos realiza interrupciones, y solo un centro gallego, el de Vigo, atiende todos los supuestos recogidos en la ley de interrupción del embarazo.

Natalia tuvo ocho amenazas de aborto en su primera gestación, pero los ginecólogos le aseguraban que el niño estaba “perfectamente”. A esta ama de casa de 37 años no le contaron que su hijo traía serias malformaciones y graves cardiopatías hasta después de nacer. A su bebé, Wagner, lo operaron del corazón con cuatro días de vida. Ha pasado sus ocho años constantemente enfermo, en habitaciones de hospital y en consultas médicas. “Quiero muchísimo a mi hijo, pero nadie sabe lo que pasamos cada día con él. Ni siquiera sé si valdrán la pena todos estos esfuerzos porque su minusvalía –ahora del 40 por ciento– aumenta con el tiempo y su salud se complica”, dice Natalia aguantando las lágrimas. “Busco respuestas que nadie me da y ellos tienen buenos abogados; yo, nada”, se desespera. Manuel, su esposo, teme por ella, teme que toda la fortaleza de Natalia se derrumbe con Wagner.

En 2012, Eva, maestra lucense, pidió a sus médicos que le explicaran por qué, en la primera y en la segunda ecografía de su segundo embarazo (12 y 14 semanas de gestación), aparecía un bulto en la cabeza de su bebé. “Delante de mí –recuerda esta madre de dos niños que entonces tenía 35 años–, comentaban: «Mira, qué raro», como si estuvieran en una cafetería, pero no nos explicaban nada y me decían que no me preocupara. Me mandaron un ecocardiograma y una amniocentesis cuyos resultados estarían varias semanas después”.


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