martes, 18 de octubre de 2016

Se me pasó el arroz

Uno de los mitos más extendidos en nuestra cultura cuando nos referimos a la dimensión afectivo-sexual humana gira en torno a la idea existente de que la capacidad de desear, de disfrutar de los afectos y también de relacionarse sexualmente, tiene marcada una fecha de caducidad. Ese momento va ligado de forma inevitable a la edad cronológica y a los cambios fisiológicos específicos que se asocian al paso del tiempo. Normalmente, cuando hablamos de la mujer, se suele situar el ocaso de su sexualidad  en la época de la menopausia, siendo así ésta, una etapa del ciclo vital que se conforma y se asume socialmente como una pérdida.

Hoy por hoy sabemos mediante las evidencias de estudios que lo corroboran, que esta “pérdida” sólo es real si nos referimos a la capacidad de reproducción de la mujer, pero sin embargo y debido a diversos factores socioculturales, se tiende a extrapolar este detrimento meramente biológico, al resto de las funciones que la sexualidad cumple en el ser humano, obviando por lo tanto el carácter multidimensional de la misma.

El arroz es un símbolo asociado a la fertilidad en nuestra cultura. Se lanza justo después de una ceremonia nupcial a la pareja de recién casados con el deseo que los novios tengan la suficiente prosperidad como para poder alimentar a una gran descendencia. Esta acción da la aprobación social (justo después de la eclesiástica)  para iniciar la etapa reproductiva. Lo que  viene después ya es tabú.

A lo largo de muchos años, se ha creído no sólo que no tenía cabida la expresión de las necesidades de la propia sexualidad en la mujer (sobre todo si se referían al coito o a la masturbación), sino que además, se llegó a pensar que su exhibición era totalmente inadecuada, de mal gusto (rozando la perversión) o que incluso evidenciaba algún tipo de trastorno mental o patología. Así, la sexualidad de las mujeres mayores, ha sido  objeto de múltiples mitologías que no han tenido en cuenta su potencial capacidad de manifestación hasta el último día de nuestras vidas, incluso aunque aquella se vea alterada por los cambios biológicos propios del envejecimiento.

Las razones explicativas de tales creencias son complejas. Sin embargo, podríamos empezar a buscarlas en la asunción de ciertas construcciones sociales que durante tantos años se han impuesto en torno al  binomio sexualidad-reproducción por un lado y por otro, en el hecho de que la sociedad actual suele tender a negar el envejecimiento y/o a valorarlo muy negativamente, considerando la vejez como un proceso irreversible que se asocia con un deterioro físico y psicológico irrecuperable. Además, desde esta misma sociedad, se premia y refuerza un modelo juvenil corporal y de salud (sobre todo en la mujer) donde el cuerpo de las adultas mayores, las pocas veces que es mostrado, se refleja carente de atractivo, condicionando de esta manera la propia autoestima, la autoimagen y por ello también la propia sexualidad. Así, el plano físico ha llegado a determinar nuestra sexualidad y con esta no aceptación de nuestros cambios corporales, se ha ido conformando poco a poco en la mujer la resignación ante la pérdida de la juventud, de la belleza y por lo tanto ha asumido que también de su sexualidad.

Admitir la idea de que la sexualidad es algo negativo o contraproducente en las mujeres mayores no hace sino el fomentar y el perpetuar un mito que es interiorizado una y otra vez y que explica porqué al llegar a una edad la mujer se convierte en sexualmente inactiva: “porque nadie me podría desear,” “porque ya no tengo edad para esas cosas”, “porque hace años que se me pasó el arroz”, “porque eso es cosas de chicas jóvenes”, etc (*). Es curioso que cuando hablamos de necesidades en las personas mayores, tenemos en cuenta variados aspectos relacionados con la salud física y la economía, pero dejamos bastante de lado la salud emocional, la afectividad y la sexualidad, es decir, otras carencias tanto o más importantes a las que no se le dan  la suficiente importancia. Es un hecho evidente que las personas mayores tienden a la soledad por muy diversos motivos y sabemos que esta soledad, puede precipitar un deterioro de la salud, tanto física, como psicológica y/o social. Por ello se hace urgente concienciarnos de que a través de las vivencias afectivo-sexuales se puede ayudar a combatir esta soledad (al sentirse queridas, deseadas y aceptadas). Una sexualidad vivida de forma positiva contribuye a la mejora de la calidad de vida debido al carácter multidimensional que ocupa en el ser humano, de ahí la importancia de trabajarla y fomentarla en esta etapa vital.

¿ Cómo cambiar el discurso ?

Básicamente habría que abordar los siguientes puntos:

1. Redescubrir la afectividad y la sexualidad desde una perspectiva evolutiva. Ofrecer una visión de la sexualidad como la de una faceta más de la naturaleza humana, que se va desarrollando en el transcurso de todo el ciclo vital, incidiendo en la premisa de que el mundo de los afectos y la sexualidad van unidas y están presentes desde el momento de nuestro nacimiento para acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida.

2.Analizar desde un punto de vista positivo los cambios que se producen en el ámbito de los afectos y en la actividad sexual durante la etapa de la madurez. Exponer que los cambios físicos que aparecen durante la menopausia no suponen el fin de la vida afectivo-sexual, sino que estos representan una etapa más que hace falta vivir y gozar de otra manera, ya que el amor y la satisfacción sexual son condiciones necesarias para garantizar el bienestar de la mujer en cualquier edad.

3.Abordar las maneras de superar las posibles dificultades que pudiesen surgir en la vivencia de una sexualidad madura y plena. El planteamiento básico es el siguiente: la adaptación en vez de la negación. Es decir, insistir en el hecho, apelando a la lógica, de que es mucho más sano adaptarse a los cambios físicos que olvidarse de una parte tan importante de nosotras mismas (a modo de ejemplo ilustrativo: si se tienen problemas de sequedad vaginal, en vez de evitar las relaciones sexuales, la solución pasaría por ir a una farmacia a comprar un lubricante para evitar molestias durante la penetración).

4.La autoestima es otro de los principales ejes en los que se ha de articular el abordaje de esta cuestión ya que los cambios fisiológicos y psicológicos que la mujer vive durante la menopausia afectan directamente tanto en su vida sexual como en la emotiva; y es que como ya se apuntó, la presencia de la menopausia en ocasiones provoca inseguridades y hace aparecer algunas ideas erróneas relacionadas con la propia imagen, el deseo y la capacidad de gozar en las relaciones sexuales.

¿Se pueden desenquistar estas creencias?

Si y si y siempre si. En mi experiencia, sólo hay que crear un espacio donde trabajar de forma cercana las inquietudes referentes a la cotidianidad de la sexualidad de la mujer mayor, y por lo tanto centrarse en la demanda de las participantes y por supuesto, siempre asumiendo la perspectiva de género. He tenido la suerte de poder hacer intervenciones grupales con mujeres adultas (la franja de edad comprendía desde los 50 hasta los 85 años) y la experiencia siempre ha sido muy positiva y gratificante. La diversidad de edades siempre fue un elemento que enriqueció el debate y ofreció diferentes perspectivas a la temática con la que se estaba trabajando. Todas las mujeres se mostraron muy comunicativas y abiertas a la hora de hablar sobre su sexualidad, expresaron y compartieron sin miedo sus experiencias, sus dudas y sus temores, además de reflexionar de forma activa sobre el papel social que juegan los mitos más extendidos acerca de la sexualidad en la etapa más adulta de la vida. Comprendieron y llegaron por si mismas a la conclusión de que las mujeres tienen derecho a gozar de su sexualidad, y que la presencia de la menopausia y/o cualquiera de sus posibles cambios físicos, no debería ocasionar un obstáculo.


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