miércoles, 1 de junio de 2016
Pornografía y educación sexual
El fácil acceso a través de internet a contenidos de
carácter pornográfico está afectando de forma directa y poco constructiva a los
procesos formativos de los menores. El fenómeno es cada vez más precoz. Se
calcula que los niños ven sus primeros vídeos porno a los 10 años y que en la
pubertad el consumo de este tipo de películas alcanza cifras elevadas en
cantidad y frecuencia.
La siempre pendiente asignatura de educación sexual
en nuestro sistema educativo ha facilitando que la industria del cine para
adultos se haya convertido en la gran fuente de aprendizaje sexual para niños y
adolescentes quienes, desde la intimidad e inmediatez que proporciona la red,
creen encontrar en ella soluciones a muchas de las preguntas que les asaltan y
que ni en la familia ni en las aulas nadie les responde.
Pero la didáctica de este profesor porno resulta
ciertamente distorsionadora para el alumno, que puede llegar a confundir el
correcto entendimiento de la sexualidad humana con la ficción de los
acrobáticos y hasta imposibles ejercicios de los profesionales de un vídeo X.
La mayor preocupación, sin embargo, se centra en los mensajes que destilan
estas películas y que asaltan a los jóvenes en un periodo clave de su
formación. Cuando solo se aprende sexo a través del mundo porno lo que se
percibe inevitablemente es la reproducción de estereotipos machistas, homófobos
y racistas, así como la sublimación de relaciones violentas en un marco casi
siempre de desbocada sexualidad genital.
ENTORNO FAMILIAR
Mientras llegan sistemas adecuados para comprobar la
edad de quien pretende consumir pornografía en internet, la familia y sobre
todo la escuela se convierten en pilares fundamentales para redirigir la
situación. El entorno familiar debe resultar clave en el despertar de la
afectividad del menor, mientras que las aulas han de procurar una educación
donde las relaciones, sean de carácter homosexual, heterosexual o bisexual, se
presenten como más satisfactorias cuanto más deseadas y dentro de un marco de
libertad y responsabilidad. Una enseñanza que, más allá de clases de simple
higiene y salud sexual en materias secundarias, ayude a diferenciar los
comportamientos que producen placer de los que implican violencia. Solo con
esos argumentos pedagógicos asumidos los menores podrán desactivar los códigos
de la gimnástica ficción pornográfica.
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