miércoles, 8 de junio de 2016
En busca del erotismo perdido por la enfermedad
El sexo no suele figurar entre las cuestiones
prioritarias de las agendas médicas.
Las infecciones de transmisión sexual, y el virus del
sida en particular, inhiben de tal forma el deseo de las mujeres, que muchas
rechazan incluso hasta la posibilidad de masturbarse.
¿Es posible vivir con el virus del sida y disfrutar
de la sexualidad? No sólo de las relaciones de pareja, sino también de las
individuales, del sexo en solitario... ¿Lo es? Podría serlo, pero
lamentablemente no es así, especialmente cuando la persona infectada tiene
nombre femenino. Los tabúes, la asunción de una excesiva responsabilidad
personal sobre la salud de la pareja y la condición de enfermedad de
transmisión sexual llevan a muchísimas mujeres con VIH, la mayor parte de
ellas, a cerrar toda posibilidad de relación desde el momento mismo en que
reciben el diagnóstico. A menudo, la infección supone para ellas el fin de la
vida sexual. «Las mujeres vivimos aún con la carga de que no tenemos derecho a
la sexualidad. Nos negamos el placer incluso nosotras mismas. Lo peor es que
los servicios sanitarios tampoco están por la labor de informar a los pacientes
sobre estas cuestiones», se lamenta la sexóloga y edicadora social Belinda
Hernández, que trabaja en Barcelona.
El sexo, como puro placer, el único en teoría al
alcance de todas las personas por encima de su condición económica y social, no
suele figurar entre las cuestiones prioritarias de las agendas médicas. Si no
se les pregunta, los especialistas -lo reconocen ellos mismos- tienden a evitar
toda referencia a la sexualidad de sus pacientes crónicos. Lo justo sería decir
que tampoco ellos se atreven a preguntar. Uno ha sufrido un infarto y, aunque
la duda no se le vaya de la cabeza, ni se atreve siquiera a sugerir a su médico
nada relativo a la reanudación de la actividad sexual. Ese 'pánico escénico'
crece al tratarse de una infección de transmisión sexal (ITS) y se multiplica
por diez cuando la persona afectada tiene nombre de mujer. «Los médicos no
tienen problemas para hablar de familia, de la necesidad de protegerte, pero
abordar la afectividad y el deseo es una cuestión muy diferentes. 'Date por
satisfecha que estás viva', les dicen a sus pacientes», insiste la sexóloga y
educadora Belinda Hernández, que participó en las recientes 'Jornadas de género
y VIH/sida', organizadas en Bilbao por la agrupación Itxarobide.
Una necesidad primaria
¿Por qué lo hacen? ¿Qué lleva a las mujeres a
rechazar incluso la masturbación como forma de placer una vez que se saben infectadas?
«Es una cuestión social, forma parte de la manera en que hemos sido educadas»,
responde la especialista. «A los hombres siempre se les ha dicho que está muy
bien explorar su sexualidad, pero las mujeres, más allá incluso del VIH,
vivimos con una carga extra de que eso es algo que no podemos hacer, a lo que
no tenemos derecho».
Los estudios científicos sobre sexualidad y sida han
abordado cuestiones como la manera de evitar la transmisión del virus de la
madre al feto, las formas de tener un sexo seguro, pero no hay ni un solo
trabajo, según Belinda Hernández, que aborde el impacto del diagnóstico en la
sexualidad de las mujeres. «El sexo es una necesidad primaria del ser humano,
pero no hay estudios que aborden la vivencia íntima del erotismo, a pesar de
que sabemos que su falta o su presencia si no es plenitud favorece la aparición
de problemas físicos y emocionales como dolores de cabeza, ansiedad y
depresión», detalla.
Cuidar en lugar de disfrutar
El desafío frente al virus del sida hasta 1996 fue la
supervivencia. La aparición de los primeros antirretrovirales planteó a los
afectados nuevos retos, pero fundamentalmente dos, que fueron afrontar los
efectos secundarios de la medicación y prepararse de nuevo para la vida, del
mismo modo en que antes se habían preparado para la muerte. La vuelta a la
normalidad fue generando nuevas demandas entre los pacientes, como la
posibilidad de ser padres sin transmitir la infección a los hijos. En medio de
ese camino, han quedado sin resolver cuestiones como la sexualidad de los
afectados, y en concreto de las mujeres. «El número de mujeres que cuentan que
han dejado de disfrutar de todo tipo de vida erótica es mucho mayor que el de
hombres. Ellas se sienten siempre con la obligación de cuidar de los demás
antes que de ellas mismas y se niegan el placer», argumenta la sexóloga
catalana.
Los primeros medicamentos provocaban entre otros
efectos secundarios, la mayoría más graves, el de la inhibición del deseo. «En
ocasiones, puede ser necesario revisar la terapia, pero los fármacos son cada
vez más potentes y seguros. Hacen falta trabajos que concreten el efecto de la
enfermedad entre las mujeres diagnosticadas», advierte Belinda Hernández, «pero
mientras llegan es necesario que ellas tomen las riendas de su propia sexualidad».
Las organizaciones antisida trabajan desde hace tiempo este tipo de cuestiones
para dar una respuesta y ofrecen apoyo a las mujeres para afrontar también este
tipo de cuestiones.
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