viernes, 9 de diciembre de 2016
Trastornos de alimentación (desde una perspectiva de género)
Según las estadísticas el 4,5% de las mujeres de
entre 14 y 24 años están afectadas por algún tipo de los denominados trastornos
de alimentación (anorexia y/o bulimia) y se estima que la población de riesgo
es del 16%. Entre los datos destaca que se ven afectadas las mujeres en mayor
medida que los hombres. Por cada varón que padece uno de estos trastornos de
alimentación, existen nueve mujeres. En base a esta evidencia numérica (que nos habla de un 90% de
pacientes mujeres) se han venido
considerando como trastornos asociados básicamente a la población femenina.
En la actualidad y tras años de estudios por parte de
la comunidad científica sobre los posibles indicios precipitantes de este tipo
de dolencias, se ha concluido de forma consensuada en un origen multicausal de
las mismas. Se sabe que hay múltiples factores interviniendo, lo cual ha hecho
que pasen de considerarse como meras enfermedades relacionadas con la obsesión
por un canon de belleza, a confirmarse como unos trastornos en los que
intervienen otros muchos elementos.
Hoy por hoy, se reconoce cada vez más la influencia
de los factores sociales para explicar el origen de los trastornos de
alimentación. Podemos apreciar una mayor prevalencia de estos trastornos en las
denominadas sociedades occidentales, en las que la esbeltez es el ideal de
belleza. Sin embargo, es importante matizar que el estar delgada en nuestra
sociedad va más allá de la estética (y la salud) ya que se relaciona íntimamente
con el baremo del éxito personal y profesional de la mujer. Uno de los índices
para lograr el éxito y la
aceptación social en la mujer va a ser el “tener un físico apropiado” y
ello suele resumirse generalmente
y a grandes rasgos en estar delgada, ser joven y sexualmente atractiva.
Cabría preguntarse entonces si este tipo de dolencias
son realmente una enfermedad de la persona (que patologiza a la mujer) y no de
una cultura que ejerce una fuerte presión a través de los estereotipos que
impone y que se arraigan fuertemente a través del constante bombardeo de
imágenes por parte de unos mass media que nos muestran modelos corporales
inviables para la mayoría, influyendo y confrontando constantemente la imagen
real con una ideal imposible. No hay que mirar muy lejos para ver como la
publicidad nos sobreexpone a la actual presión cultural. En ella se potencian
los aspectos estéticos en los que se promociona una figura inalcanzable y se
vincula la belleza física con el éxito. Se presenta el cuerpo de la mujer como
algo imperfecto que hay que corregir, se cosifica y se sexualiza. El cuerpo
femenino es un objeto que da un valor añadido a los atributos del producto y se
sobreentiende a la mujer como un mero objeto de deseo, nunca es admirada por su
profesión, sus habilidades
intelectuales o cualidades personales sino por su cuerpo.
Debido a que esta presión es ejercida en mayor medida
sobre la mujer que sobre el hombre, los trastornos de alimentación no han de
considerarse como meros problemas individuales, sino también sociales y
culturales y por lo tanto educativos. Consecuentemente, cualquier tipo de
intervención a la hora de abordarlos debería de arrancar de esta idea.
Meditar sobre el significado que tiene en nuestra
sociedad el “ser mujer” y el
“estar delgada” nos lleva hacia una mirada más crítica y menos patológica sobre
estas enfermedades. El conjunto de valores socioculturales condicionan nuestra
forma de vivir pero también nuestra forma de enfermar. Desde el momento en el
que aceptamos el modelo de mujer que se nos impone empezará nuestra esclavitud
y en algunos casos, también nuestra enfermedad.
¿Dónde ha de centrarse la intervención en los
trastornos de alimentación?
1. Evidentemente se ha de comprender la importancia
que tiene para el organismo una correcta alimentación, para asimilar los
aspectos negativos de una dieta desequilibrada y fomentar el pensamiento y
conciencia crítica respecto a la alimentación, con el fin de favorecer la
autodetección de malos hábitos y el aprendizaje de conductas alimentarias
sanas.
2. Desmitificar ideas erróneas en torno a la
alimentación. En demasiados casos se suele asumir una idea de delgadez que
necesariamente conlleva salud, belleza, éxito y (auto)aceptación debido a lo
aprendido mediante los valores socioculturales que nos son trasmitidos a través
de distintos agentes socializadores. Se ha de crear un espacio propicio para
una reflexión que conlleve a un reaprendizaje de dichos valores.
3. Hacer una reflexión sobre el modo en que nos
comunicamos con nuestro propio cuerpo. Exponiendo cómo nuestra sociedad se
configura cada vez más en base a la importancia exacerbada del culto al cuerpo
en detreneimiento del encontrarse bien consigo mismo/a, donde prima la
proyección que los otros tienen sobre uno/a mismo/a. Es importantísimo el
desarrollar una conciencia más crítica y madura respecto a la propia imagen
personal y el hacerse más impermeables a las influencias que presionan hacia la
consecución de una determinada imagen corporal, que puede llegar a suponer
riesgos para la salud (tanto física como psicológica).
4. Conocer la importancia de una imagen corporal y
autoestima positivas, como parte fundamental en la relación con uno/a mismo/a y
con los demás. Se han de reducir las actitudes negativas hacia el propio cuerpo
y fomentar una autoestima no relacionada con la apariencia física.
5. Conocer los estereotipos y roles de género y cómo
éstos influyen en nuestra conducta alimentaria. Mostrar como se configura la
influencia de los modelos estéticos corporales y la presión sociocultural para
la delgadez, trabajando de forma crítica los mensajes que emiten los agentes
socializadores e incidiendo sobre todo en los provinientes de los mass medias.
Me gustaría señalar que hasta aquí he dado una visión
intervencionista de los trastornos de alimentación. Sin embargo, quisiera
incidir para finalizar, en la necesidad de la concienciación a nivel social en
materia PREVENTIVA. Ésta sólo será posible desde una adopción de medidas
sociopolíticas y educativas que confronten los valores y estereotipos
enfermizos que se han instaurado en nuestra sociedad. Dicha prevención debería
abarcar no sólo la adolescencia como se viene haciendo muy tímidamente hasta
ahora, ya que si bien es cierto que hasta hace unos años la edad de riesgo se
establecía entre los 12 y 25 años, cabe señalar que en la actualidad esta
franja de edad se ha ampliado mucho. Por un lado se empiezan a detectar
problemas en niñas de 9/10 años (que empiezan a mostrar conductas adolescentes
tempranas) y por otro lado, el riesgo se ha extendido a muchas mujeres en la
edad de la menopausia (alrededor de los 50 años) que se resisten a los cambios
que la edad provoca en sus cuerpos.
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