lunes, 27 de marzo de 2017
Hacia una pedagogía del consentimiento sexual
Habitualmente es difícil y complicado identificar una
relación sexual no consentida en el seno de la pareja, sin golpes, sin sangre.
Apenas un minuto.
Es necesario hacer pedagogía en la pareja y
deconstruir las relaciones de poder ocultas que obedecen a dinámicas de
dominación masculina y a complacencia femenina.
Seguro que a estas alturas ya has visto o te han
hablado del corto Je suis ordinaire ( Yo soy ordinaria) la propuesta de la
actriz Chloe Fontaine que se ha hecho viral esta semana. En él vemos a la
propia Fontaine que sale de la ducha y se mete a la cama con su novio. A él le
apetece follar, a ella no. Él insiste. Ella se deja hacer. Él se queda
satisfecho y relajado mientras ella muere de asco. No es para menos. Ha tenido
que tener sexo sin que lo deseara, aunque no le han forzado físicamente.
Ha sido víctima de una agresión sexual. Una agresión
sexual difícil de identificar como tal, pero que sucede muy a menudo entre
parejas consolidadas. No la han violado como a Mónica Belucci en Irreversible,
referencia nada casual que se hace en el corto. Incluso han hablado de amor.
Vivimos en una sociedad que naturaliza la violencia
sexual contra las mujeres. Si hacemos el ejercicio de zappear cualquier día no
es difícil encontrar secuencias en las que las mujeres son víctimas de
agresiones físicas y sexuales. Identificamos estas vulneraciones de los cuerpos
y los derechos humanos de las mujeres con golpes, hostias, fuerza bruta o
agresiones físicas directas. Por eso se nos hace difícil y complicado
identificar una relación sexual no consentida en el seno de la pareja, sin
golpes, sin sangre, y que dura apenas un minuto.
Esa es una de las razones, pero desafortunadamente no
es la única. En la base de estas agresiones sexuales subyace un tema de poder.
De poder masculino. De pensar que tienes derecho a forzar a tu novia o a tu
mujer cuando esta muestra su negativa a mantener relaciones sexuales. De
costumbre, de no pensar en los deseos de la otra.
Esta forma de violencia sexual tan naturalizada, tan
cotidiana, tan asumida y tan oculta lleva ya tiempo visibilizándose y
denunciando. Testimonios como los recogidos en el artículo 'Yo quería sexo pero
no así', de June Fernández, superan la vergüenza y la culpa; o cómo no recordar
el brutal testimonio de Lucía Egaña en 'Mi –nuestra– genealogía de la agresión
sexual' hablando sobre diferentes agresiones sexuales, incluida la de una
pareja habitual, son palabras valientes que nombran situaciones muy difíciles.
Hacer pedagogía de las agresiones sexuales en el seno
de la pareja, reflexionar sobre el difuso límite entre el consentimiento y el
deseo es positivo, ayuda a deconstruir relaciones de poder ocultas que obedecen
a dinámicas de dominación masculina y a una supuesta complacencia femenina.
Estereotipos y roles muy perversos y complicados de nombrar y detectar.
Pero hay que trabajar más en ese sentido. Hay que
dinamitar los tabúes como lo hacen los testimonios mencionados, como lo hace el
corto de Chloe Fontaine o el capítulo American Bitch/ La zorra americana de la serie Girls. Porque sólo así
podremos vivir en una sociedad completamente segura y libre para las mujeres;
lejos de violencias, de chantajes silencios impuestos por el peso de la
costumbre y, sobre todo, de la culpa, esa que nos inoculan desde que nacemos.
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