La decisión del Gobierno de permitir a las chicas de 16 y 17 años abortar libremente dentro de las 14 primeras semanas sin que sea obligatorio el permiso de los padres ni tampoco su conocimiento ha desatado una fuerte polémica sobre si a esa edad se pueden adoptar decisiones de tal calibre. En estos días, y dependiendo de la ideología y las creencias de cada cual, e incluso de si se tienen hijos o no, unos han descrito a las menores de esas edades como "niñas", mientras que otros hablan de "mujeres", descripciones que se modifican radicalmente, sin embargo, cuando el debate se centra en si una chica de 16 años que ha matado a otra debería ser juzgada como una menor o como una mayor de edad. Quienes hablan de que es una niña para abortar alegan entonces que es responsable de sus actos, mientras que los que en este momento las definen como mujeres, en el caso penal las señalan como niñas.
Pero ¿qué es una menor de edad de 16 o de 17 años? Según la legislación española vigente, una persona inmadura como para conducir, beber alcohol o votar a sus representantes políticos, pero lo suficientemente madura como para mantener relaciones sexuales consentidas (desde los 13 años), trabajar (desde los 16 años), decidir si quiere o no seguir un tratamiento oncológico (16) o casarse (con permiso paterno desde los 14, sin él, a los 16)...
"Es preciso equilibrar el ordenamiento jurídico español y hacerlo con coherencia. No es lógico que según qué código establezca que un menor está capacitado para una cuestión determinada y no para otras. La sociedad evoluciona y las leyes deben evolucionar. Si la normativa considera que en materia sanitaria un chico o una chica de 16 años pueden tomar sus propias decisiones, no se pueden establecer excepciones (como la del aborto), porque si no se cuestiona que alguien decida tener un hijo a esa edad, decisión muy trascendente, tampoco se le debe cuestionar una decisión al contrario", señala Altamira Gonzalo, presidenta de la asociación de mujeres juristas Themis.
El psicólogo y pedagogo Javier Urra cree que la madurez se alcanza, entre los 18 y 21 años, "antes no, porque no se ha alcanzando el desarrollo cognitivo ni emocional". Otra cuestión bien distinta es el desarrollo biológico, que se ha adelantado "claramente". Pero, dicho esto, reconoce que el debate sobre la evolución de la madurez de los menores es "muy complejo y en muchas ocasiones se establece una edad u otra en función del debate social del momento", señala, mientras recuerda las voces de hace unos meses pidiendo la cárcel para los menores de 16 años tras el asesinato de una joven por un menor.
Jaume Funes, psicólogo especializado en menores y que fue adjunto al Síndic catalán para asuntos de infancia, cree que "es un error de planteamiento equipar la adolescencia o madurez al concepto jurídico de mayoría o minoría de edad. Socialmente o psicológicamente, la madurez no es un estado al que se llega a esa edad, aparte que esta cambia según la sociedad. La madurez supone la capacidad de tomar decisiones. A los 16 años una persona puede tomarlas, pero se deben crear las condiciones para que sea posible. No debe haber autoritarismos, sino que los adultos deben garantizar que los adolescentes puedan construir sus criterios para decidir, además de apoyarles, pero la decisión última debe ser suya".
"La sociedad evoluciona y ahora ya no es como hace 30 años, se da más libertad a los adolescentes, pero a la vez, los adultos temen sus decisiones. Dicen: ¡ay, qué les dejamos hacer y qué no! Son los adultos quienes entran en contradicción al decidir que autorizan o no decidir a los adolescentes", indica Funes.
La jurista y directora del Institut Borja de Bioètica, Núria Terribas, recuerda que lo de considerar que a los 16 años ya se ha alcanzado la madurez viene de la psicología evolutiva y del desarrollo cognitivo de estudiosos como Jean Piaget. Por debajo de esa edad, se deja a criterio del médico juzgar si el menor es maduro para tomar algunas decisiones. "El problema -dice Terribas- es que el médico no tiene instrumentos para un rápido test de madurez, no hay encuestas validadas. Se trabaja en ello porque son necesarias".
El doctor Celso Arango, jefe de la unidad de adolescentes del hospital Gregorio Marañón de Madrid apuesta por un debate científico ("no pseudocientífico", aclara) para determinar exactamente la edad de madurez. "Se toman las decisiones de una manera aleatoria y en función de las necesidades del momento. Por ejemplo, en Estados Unidos se permite que un chico conduzca a los 16 años porque las distancias son largas y es preciso moverse, mientras se le niega el acceso al alcohol a los 21. ¿Es que se es más maduro para una cosa o para otra?, ¿es más peligroso beber que conducir?... Son decisiones exclusivamente políticas". Otra reflexión de Arango: "Ninguna normativa, por ejemplo, refleja algo tan demostrado como que las chicas maduran más pronto que los chicos -"alrededor de un año y medio antes" precisa-, en ningún caso se realiza esa diferenciación".
El ámbito sanitario es, junto con el penal, donde más discrepancias se producen a la hora de debatir si con 16 o 17 años una persona es madura o no, pese a que la ley de Autonomía del Paciente, del 2002, así lo estipula, salvo en tres excepciones (aborto, reproducción asistida y participación en ensayos clínicos, en los que la edad es eleva a los 18). Terribas entiende que esa 'mayoría de edad sanitaria' a los 16 viene justificada porque "se trata de cuestiones que afectan a la integridad de una persona, a su cuerpo". Esto no supone, señala, que se reconozca que una persona a los 16 años deba tomar decisiones sola. "Contar con el apoyo familiar sería lo ideal, sobre todo las que comporten un mayor impacto emocional o riesgo vital. No es lo mismo decidir si se toman anticonceptivos que interrumpir el embarazo", agrega.
Para Màrius Morlans, presidente de la comisión deontológica del Collegi de Metges de Barcelona y que participa en el Comité de Bioètica de Catalunya, "un rasgo de madurez de un adolescente ya es que quiera preservar su confidencialidad, su intimidad. La sociedad reivindica ese derecho, pero los padres llevamos mal que lo ejerzan nuestros hijos. Y de esa contradicción vienen conflictos. No es un problema médico, es un debate social: qué madurez reconocemos a nuestros adolescentes".
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