¿Una joven de 16 años es lo suficientemente madura para consumir la píldora con responsabilidad?
No lo sé. La respuesta no es nada fácil porque hay muchísima variabilidad. Hay chicas de 16 años que son perfectamente capaces de gestionar su vida y otras, en cambio, son muy niñas a esa misma edad. Pero no creo que el problema sea ése. La cuestión de fondo es cómo estamos planteando la educación sexual. Actualmente existe una hipocresía tremenda.
¿A qué se refiere?
En primer lugar, la educación sexual es una cuestión de voluntad política y no puede limitarse a unas cuantas charlas a lo largo de la escolarización, que es lo que estamos viendo. Tengo alumnos en la facultad de 22 años a quienes les preguntas por estas cuestiones y te dicen que alguna vez recibieron información al respecto en el colegio. Es algo que no puede ser. Si hubiese un verdadero deseo, la educación sexual debería estar integrada en el proyecto curricular. De hecho, el programa de educación sexual que elaboramos para el Gobierno Vasco situaba esta cuestión como eje fundamental. El problema de fondo con los políticos es que hacen proyectos para cuatro años, y no puede ocurrir que una vez que finaliza la legislatura cambien las cosas de raíz.
¿Que la 'píldora del día después' pueda venderse libremente sin receta ni límite de edad, en qué lugar deja a los padres y al rol educativo que se les presupone?
Hoy en día la educación sexual no es una cuestión de información. En realidad, es algo que les sobra. El problema es que esa información no se está procesando adecuadamente. Para que las cosas cambien es preciso que los jóvenes comiencen a dar significado a toda esa información que reciben habitualmente porque, de lo contrario, todo les resbala.
¿Y qué es preciso que ocurra para que cale el mensaje?
No se trata de decir a los jóvenes que los preservativos son lo máximo a lo que pueden aspirar en materia de prevención sexual. Es preciso hablar de otras cuestiones, como la gestión, el deseo y la intimidad. El deseo es una emoción importante que tiene que ser gestionada, pero es un tema totalmente taburizado. El mayor problema de la educación sexual son las actitudes de los padres y de los profesionales.
¿Los profesores?
Sí, aquellos educadores que boicotean constantemente las nuevas iniciativas porque argumentan que no hay los recursos suficientes o se escudan en que toda esta materia no les compete.
¿El panorama que describe siempre ha sido así?
No, tuve la suerte de vivir la época dorada en materia de planificación familiar donde se implantaron diferentes programas dirigidos a jóvenes. Pero eso es algo que años después ha dejado de existir. Hoy en día ningún servicio sanitario de Osakidetza ofrece un recurso de este tipo, y los jóvenes han dejado de acudir al médico de cabecera para preguntarle cualquier cuestión relacionada con sus prácticas sexuales. Los centros que había hace años dirigidos a jóvenes, en los que se facilitaba información sobre todas estas cuestiones, se los han cargado. Los recursos públicos son muy escasos, por no hablar del caso de Navarra.
¿Y qué efectos conlleva esa falta de recursos?
Pues lo que estamos viendo en los últimos tiempos, es decir, que las jóvenes acudan a todo correr a los servicios de urgencias a por la píldora del día después . Ante esta tendencia, la respuesta del Ministerio de Sanidad es la que acabamos de conocer: 'para que estos jóvenes no nos den mucha la vara, facilitamos la pastilla sin receta en las farmacias'. Así se están quitando el problema de encima.
¿Pero a qué se refiere cuando habla de un ejercicio de hipocresía?
La hipocresía consiste en no reconocer realmente la actividad sexual de los jóvenes. Se les niega el pan y la sal, los mínimos recursos sanitarios y educativos. Por eso cuando se ofrecen nuevos datos que revelan un incremento del número de abortos practicados entre las jóvenes todo el mundo parece rasgarse las vestiduras. En realidad, si miramos la tasa de abortos por número de mujeres, en Euskadi estamos ante cifras relativamente bajas, pero el problema de fondo al que nos encontramos es que se trata de un sector poblacional muy vulnerable.
Usted ha realizado varias investigaciones sobre los embarazos no deseados. ¿Con qué conclusión se queda?
Con un mensaje bien claro: las carencias afectivas ponen el deseo sexual al servicio de otras necesidades. El sexo y el amor son dos dimensiones distintas, y cuando se confunden ambas aumenta siempre el riesgo.
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