sábado, 8 de julio de 2017
Orgullo radical
Los colectivos aglutinados quieren mantener alejado
el movimiento LGTB del “capitalismo rosa”.
Si al World Pride se le atribuye el color rosa, la
plataforma del Orgullo Crítico podría situarse en el ámbito del ultravioleta:
una longitud de onda menos visible pero mucho más energética. Los colectivos
aglutinados (que incluyen opciones más minoritarias como las personas
poliamorosas o asexuales) quieren mantener las esencias rebeldes y antisistema
del movimiento LGTB y mantenerlo alejado de lo que llaman el “capitalismo
rosa”.
Este está fomentado, a su juicio, por las
asociaciones LGTB oficiales o la Asociación de Empresarios Gays y Lesbianas
(Aegal) en connivencia con las grandes marcas y las administraciones públicas.
Denuncian el lavado de cara que empresas e instituciones quieren hacerse
mediante el denominado “pinkwashing”. El caso paradigmático de este capitalismo
rosa, que convierte lo LGTB en puro consumo, sería el barrio de Chueca y, cómo
no, el World Pride que se celebra estos días en Madrid.
“Queremos hacer una critica profunda contra todo el
proceso de mercantilizacion de las identidades y disidencias sexuales y de
género que se está llevando a cabo, enfrentarnos a esta utilización del
movimiento por parte de las grandes empresas”, dice Julia, una portavoz de la
plataforma Orgullo Crítico, que lleva un año aglutinando a colectivos muy
variopintos.
Su manifestación transcurrió el día 28, colorida,
rebelde, asilvestrada, contracultural y con un punto punk, desde la lavapiesera
plaza de Nelson Mandela hasta Plaza de España. Pelos de colores, caras
pintadas, peinados afro, piercings, cabezas semirapadas, pelucones y carne a la
vista, quieren alejarse de ciertos cánones estéticos con los que se ha asociado
al movimiento LGTB. “Llamamos homonormatividad a esa idea de que los gays
tienen que ser varones blancos, occidentales, guapos y con capacidad para
consumir”, dice Julia, “aquí queremos mostrar toda la diversidad existente”.
Vienen a denunciar que el movimiento prefiere integrarse en los cánones del
heteropatriarcado más que reivindicar sus propios espacios. Algunos cuestionan
ideas como que las personas LGTB tengan que casarse o tener hijos. “Nos negamos
a que haya que encuadrarse en los cánones existentes para tener legitimidad,
derechos y ser aceptados socialmente”, dice Julia.
“Esta marcha no es de fiesta, es de lucha y de
protesta”, dice una de las consignas. En la manifestación la fauna es, desde
luego, diversa, un verdadero arco iris. Colectivos de sordos, de personas
negras, de “transmaricabollos”, de personas queer, de familias de menores
trans, hasta se ve alguna bandera del colectivo gitano, muy alejado, en el
imaginario colectivo, de estas causas. Se pone en la picota, también, la
“gordofobia”: en una pancarta se lee “mujer, gorda, lesbiana, feminista, queer,
orgullosa”. No abundan esos varones musculados y con tupé, que se ven en el
concurso Mister Gay Pride, y cuya estética no identifican como propia. Los
esloganes, radicales: “a, anti, capitalistas”, “lucha obrera transmaribollera”,
“contra el capital, feminismo radical”. Aquí, como se ve, también reivindican
la lucha contra las injusticias del capitalismo como propias de su causa, cosa
que parece olvidada en otros sectores progresistas y de lucha por la identidad.
De alguna forma quieren recuperar el tono
reivindicativo de la pionera revuelta de Stonewall, sucedida en Nueva York el
28 de junio de 1969, de fuerte carácter combativo ahora diluido en la
celebración frívola y el consumismo, sin contar con los procesos de
gentrificación que han ido parejos a la evolución de barrios como Chueca.
“Vivimos fuertes procesos de gentrificación en los que las habitantes del
centro nos vemos expulsadas por personas con rentas más altas que pueden pagar
alquileres cada vez más hinchados”, dice Julia, “todo eso se ve acelerado por
el proceso de turistificación al que contribuyen eventos masivos como el World
Pride”.
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