domingo, 23 de julio de 2017
Neutralizado el patriarcado, eliminada la homofobia
En estos días en los que hemos vivido el orgullo gay
son frecuentes las declaraciones de apoyo a la diversidad, la libertad y la
igualdad entre las personas independientemente de cuál sea su orientación
sexual. Cadenas de televisión, anuncios, periódicos, tweets, declaraciones de
políticos y políticas de todo tipo de convicciones, encabezan manifestaciones y
expresan numerosos mensajes de apoyo al colectivo LGTB.
Me llaman la atención dos cosas. La primera es la
amnesia colectiva. Desfilan henchidos de orgullo y satisfacción diputados/as
del PP y Ciudadanos; dos partidos que hasta hace apenas dos años sentían
sudores fríos sólo de pensar que dos hombres o dos mujeres pudieran compartir
vida afectiva-sexual e incluso la posibilidad de que se casaran o tuvieran
hijas/os. La ingenuidad no es buena herramienta de análisis, así que mejor que
pensar que tal cambio se deba a un reconocimiento del error y una toma de
conciencia de la injusticia cometida contra el colectivo, lo que pienso es que
si la derecha conservadora y neoliberal de este país –y de otros- ha reservado
para mejor ocasión su discurso homófobo es por un cálculo de cuántos beneficios y votos les puede aportar mostrar una cara más
amable hacia la causa. Dicho resumidamente: la derecha neoliberal y
conservadora ha aprendido que el colectivo LGTB también vota y también consume;
mejor tenerlo contento.
Y, en consecuencia, ahí están encabezando la
manifestación quienes no hace tanto decían que “el matrimonio gay genera
tensiones innecesarias”. Como homófobos y machistas sí, pero tontos no son, de
paso aprovechan la tarde promocionando la mercantilización de las mujeres defendiendo
el alquiler de vientres, algo que consideran necesario para que las parejas
homosexuales tengan hij@s. Esto, por supuesto, es un razonamiento incorrecto;
afortunadamente, y no gracias al PP ni a Ciudadanos, las parejas homosexuales
que quieran formar una familia pueden adoptar, y en el caso de las parejas de
mujeres, además también recurrir a la inseminación artificial, sin utilizar a
otras como vasijas.
Como homófobos y machistas sí, pero tontos no son, de
paso aprovechan la tarde promocionando la mercantilización de las mujeres
defendiendo el alquiler de vientres, algo que consideran necesario para que las
parejas homosexuales tengan hij@s.
La otra cosa que me llama la atención es la vacuidad
y la superficialidad de los mensajes y declaraciones de los medios de
comunicación y de las personas entrevistadas para la ocasión. Por supuesto, son
bienintencionados. Proclaman la necesidad de lograr una sociedad más libre e
igualitaria. Esos mensajes son útiles. Y necesarios. Y es fundamental que calen
en la mayoría, pero considero que para ser realmente transformadores deberían
apuntar a la causa última de la homofobia, que no es otra que el patriarcado.
Desarticulado el patriarcado, exterminada la homofobia. Considero, pues, que la
homofobia no es un odio ni una violencia autónoma que pudiera surgir aun en una hipotética sociedad de plena
igualdad entre los sexos, sino una hija querida del patriarcado. Al fin y al
cabo, es este último el que prescribe, y de modo bien férreo, cómo debemos
vivir nuestra vida afectiva-sexual, cuál es el modelo de familia apropiado, qué
tipo de relaciones debemos establecer y cuáles debemos evitar. En una sociedad
igualitaria, la homofobia se extinguiría porque sin el marco teórico aportado
por el patriarcado es imposible armar una praxis y un discurso que condene la
bisexualidad y la homosexualidad. Tras el discurso del odio contra personas con
una opción distinta a la heterosexual sólo subyace la reprobación de no acatar
el mandato patriarcal: el de que la sexualidad y los afectos de las mujeres
sólo pueden dirigirse a la satisfacción y el placer de los hombres. Pero el
discurso feminista, el único capaz de hacer tocar fin a la discriminación del
colectivo hoy en lucha por ningún sitio aparece. Y si no aparece igual es
porque este sí es el que aporta una transformación radical, y esa no interesa
al opresor encantado de lavarse la cara detrás de la pancarta, como si de
verdad respetara al colectivo que marcha por las calles.
En una sociedad igualitaria, la homofobia se
extinguiría porque sin el marco teórico aportado por el patriarcado es
imposible armar una praxis y un discurso que condene la bisexualidad y la
homosexualidad.
Pero sin duda, el mejor modo de mostrar cómo es, en
último término, el patriarcado quien sustenta la homofobia, es ver qué pasa con
el lesbianismo. Si los hombres homosexuales han sufrido y sufren aun hoy un
auténtico calvario que los condena a amenazas, insultos –todos ellos con un
componente machista- aislamiento, burla y agresiones y en algunos lugares, la
cárcel y el asesinato, el colectivo de lesbianas ha sufrido todo eso, siempre
en mayor grado por el hecho de ser mujeres, y además, la invisibilidad y el
descreimiento más absoluto. Si la sexualidad de los hombres homosexuales ha
sido rechazada, la de las mujeres homosexuales ha sido, principalmente, negada,
también rechazada y, particularmente (en el sentido de que ocurre con las
mujeres homosexuales y no con los hombres homosexuales) explicada como una
sexualidad carente, vacía, incompleta, insatisfactoria por definición. Todo
esto responde, además de a la lesbofobia, fundamental y principalmente al
concepto coitocéntrico y androcéntrico de las relaciones sexuales, que resulta
ser claramente un pilar –uno entre muchos- del sistema patriarcal. Si los hombres
homosexuales han de luchar por ser respetados, las mujeres de la misma opción
sexual, primero han tenido que decir que existen (y no todas lo consiguen o lo
hacen sólo en un círculo familiar y amistoso reducido), y después insistir en
que su vida afectivo-sexual puede ser perfectamente plena.
Es, por tanto, el patriarcado quien dicta, pues, cómo
han de ser nuestras relaciones; siempre privilegiando los deseos masculinos a
los que supedita a la otra mitad de la humanidad. Es en él en el que se
sustenta la defensa de la heterosexualidad como la única opción natural y
legítima. Es él el que además, dentro de la heterosexualidad, intenta
prescribir una normatividad muy concreta que imposibilita en muchos casos
(afortunadamente no siempre, cada vez menos) relaciones igualitarias y
satisfactorias. Es el patriarcado quien establece unos roles de género que
impiden una comunicación y un entendimiento oportuno entre los sexos y el que
rechaza toda relación ajena a su normatividad. Por ello creo que luchar contra el
patriarcado es la vía más directa (por no decir la única) de eliminar la
homofobia.
Sin un modelo machista, sin el mandato de mantener
vigentes los roles de género, sin el mandato de subordinación de las mujeres a
los deseos del hombre, no habrá forma posible de que nadie cargue las tintas
contra homosexuales y bisexuales.
Desactivados los dictados del patriarcado,
desenmascarada su capacidad de contaminar las relaciones humanas, descubiertas
sus herramientas de opresión, no habrá modo posible de desacreditar ni condenar
la bisexualidad ni la homosexualidad, ni tampoco la asexualidad, siempre
olvidada. Sin un modelo machista, sin el mandato de mantener vigentes los roles
de género, sin el mandato de subordinación de las mujeres a los deseos del
hombre, no habrá forma posible de que nadie cargue las tintas contra
homosexuales y bisexuales. Por último quiero dejar claro que lo que sostengo,
no niega, en modo alguno, que sea fundamental implementar políticas específicas
contra la discriminación que sufre el colectivo LGTB. Son urgentes y han de ser
transversales y radicales, pero lo que en definitiva quiero defender es que
esta lucha contra la homofobia ha de tener una perspectiva feminista y no
concebirla fuera del marco de la lucha antipatriarcal. Lo sostengo así porque
creo que una vez neutralizado el patriarcado, quedará eliminada la homofobia.
Por eso, sin feminismo no hay orgullo.
Etiquetas:
feminismo,
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