viernes, 7 de abril de 2017
Tomemos en serio la educación sexual
La docencia en Educación Sexual es profesión, no
reivindicación, ideología ni divertimento. No puede quedar en manos de personas
simplemente aficionadas a hablar de sexo.
A estas alturas, en pleno siglo XXI, parece
redundante volver a insistir en la importancia de la Educación Sexual, cuando
incluso las leyes que rigen las enseñanzas regladas acostumbrar a hacer patente
su necesidad y en muchas ocasiones a prescribirla, ya sea de manera transversal
o explícitamente.
Y a pesar de que aún no tenemos esa asignatura sobre
Educación de los Sexos, que tanto reclamamos desde la profesión sexológica, sí
que parece que las cosas han avanzado por buen camino y son cada vez más las
iniciativas que van dando estabilidad a esos denominado ciclos de Educación
Sexual, que de la mano del sexólogo o sexóloga de turno, imparten una serie de
clases de Educación Sexual en Institutos o colegios, curso tras curso,
promovido ya sea por los ayuntamientos, las consejerías de educación, o a
demanda del propio centro educativo que contacta con una entidad sexólogica que
oferta dicha intervención.Ya hace más de 20 años que en este país contamos con
una Asociación Profesional que regula la profesión sexólogica, una de cuyas
líneas de trabajo es la Educación Sexual, además de la Terapia Sexológica, el
Asesoramiento Sexológico, la Investigación sexológica, etc.
Por tanto parece también redundante recordar que la
docencia en Educación Sexual es una profesión, no una reivindicación, ni una
ideología, ni un divertimento. Y que hace falta una formación específica, la
Sexología, que en nuestro país existe desde hace más de tres décadas, que se
estudia con carácter de postgrado y que está presente en varias universidades y
centros reconocidos a tal efecto.
Por eso no deja de llamar la atención cuando a veces
encontramos algunas iniciativas de formación dirigidas a nuestros hijos e
hijas, a esos centros educativos en los que se recibe de todo y en los que
parece que cabe todo, que entre otras muchas cuestiones de moda, prometen
abordar también la educación «afectivo-sexual»… Ya esta coletilla recurrente
que es la «afectivo-excusa» nos tiene que hacer sospechar. Porque cualquier
sexólogo que se precie, sabe que cuando hablamos de Educación Sexual, estamos
hablando de educación «de los sexos», es decir, del hecho de ser hombre, del
hecho de ser mujer y de todo lo que gira en torno a ambas realidades: amores,
desamores, encuentros, desencuentros, deseos, convivencia, buen trato… También
erótica, en la cual pueden estar implícitas esas cuestiones genitales y
perigenitales y de prevenciones y de cuidados que quienes usan la
«afectivo-excusa» deben creer que es en lo único en lo que consiste la
educación sexual, por eso sienten la necesidad de añadir la etiqueta de los
afectos… cuando los afectos, emociones, sentimientos, vivencias ya van
implícitos en el término sexual, o sea, de los sexos.
Me preocupa especialmente cuando veo en las redes
sociales a compañeras y compañeros profesionales de la sexología dolidos porque
algunos centros educativos deciden poner la supuesta educación sexual de su
alumnado, a veces incluso también profesorado o familias, en manos de personas
sin cualificación alguna. Y me pregunto si los responsables de esos centros
educativos se pondrían alegremente en manos de un aficionado a leer sobre
operaciones y que ha recibido un cursillito sobre cirugía de unas cuantas
horas, para que le practicase una intervención quirúrgica… O preferirían un
cirujano cualificado, con sus estudios de medicina y su titulación
universitaria.
Decía hace ya unos cuantos años el doctor Efigenio
Amezúa que «pensar que cualquiera puede hacer Educación Sexual, porque todos
tenemos sexualidad, es como pensar que cualquiera puede ser cardiólogo, porque
todos tenemos corazón»… Sabias palabras, querido maestro. Y qué lamentable que
pasen los años y tengamos que seguir utilizándolas.
Y no quiero decir con esto que la juventud no esté
recibiendo mensajes sobre sus sexualidades en cualquier ámbito fuera de la
enseñanza reglada. Por supuesto. Sabemos que siempre se hace educación sexual,
incluso cuando no se hace. Cuando en una familia se habla o no se habla de
cuestiones relativas a la sexualidad, ya se está educando implícitamente.
Cuando en los medios de comunicación se cuentan historias sobre relaciones y/o
diversidades sexuales y de qué forma se cuentan, eso es también educación
sexual. Cuando abrazamos a nuestro bebé, con todo el cariño del mundo, le
estamos transmitiendo que es digno de ser querido… eso también es educación
sexual. Pero cuando hablamos de enseñanza reglada, de entrar en los centros
educativos, de asumir un papel docente, entonces, ahí ya no valen cuestiones
implícitas, porque ahí somos profesorado y por tanto se nos considera autoridad
en la materia.
¿Es que no consideramos importante la Educación
Sexual de nuestras hijas y de nuestros hijos? Recordemos que estamos hablando
de aspectos insoslayables de su vida. De cómo van a gestionar sus relaciones,
su vida afectiva, en pareja o no, su erótica, el hecho de que se enamoren de
hombres o de mujeres, su identidad como hombres y como mujeres, sus amores, sus
desamores, sus deseos, en definitiva, su felicidad y bienestar en relación con
el hecho de ser una persona sexuada… Su intimidad, su privacidad, sus
vulnerabilidades y sus fortalezas… No parecen cuestiones para ser abordadas
frívolamente, ni mucho menos por personas sin la adecuada formación para ello.
Afortunadamente, estas situaciones son cada vez más
anecdóticas. Pero de vez en cuando se vuelve a hacer necesario insistir en
clarificar todo esto, porque nuestro alumnado nos importa, nuestras familias
nos importan, nuestras hijas e hijos nos importan… Y no queremos que su
educación quede en manos de personas simplemente aficionadas a hablar de sexo.
Un poco de seriedad, por favor. Mientras tanto, los sexólogos y las sexólogas,
seguimos a su disposición. Ya saben donde encontrarnos.
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