lunes, 10 de junio de 2019

Las perversiones del sistema prostitucional. El consentimiento no deseado

                                  


Sara Vicente Collado

Responsable programas prostitución de la Comisión para la investigación de malos tratos a mujeres

Llevamos tiempo asistiendo a un sistema de desinformación completo donde se nos acusa a las abolicionistas de actuar en contra de los intereses de las mujeres en cualquier forma de explotación humana, pero en particular en las que afectan directamente a las mujeres por el hecho de serlo: la prostitución y los vientres de alquiler, también llamadas explotación sexual y explotación reproductiva.
Es el mundo al revés. Pedimos la eliminación de cualquier sistema de dominación de los hombres hacia las mujeres, de organización de la explotación y de aprovechamiento de la misma tanto a nivel económico, como sexual, y se nos achaca lo contrario, atentar contra los derechos de las personas en estas situaciones.
Dónde se construye este discurso, cómo se sustenta y sobre todo a quiénes beneficia es lo que tenemos que ser capaces de definir como sociedad, pero sobre todo como movimiento feminista, si queremos atajar cualquier situación de explotación y de opresión sobre las mujeres.
El discurso se construye desde los lobbys económicos y sociales que se benefician de dicha explotación y sobre todo teniendo en cuenta que son la parte más interesada en la construcción de un pensamiento que limpie su imagen, que les legitime socialmente y que les ampare sobre todo legalmente.
Naturalmente, se sustenta en el mismo sistema de opresión que legitima la explotación de otro ser humano, en este caso, en el mismo sistema de opresión que legitima y legaliza la explotación y la sumisión sexual, económica y social de las mujeres: el patriarcado. Una sociedad que naturaliza la explotación sexual de las mujeres es una sociedad que a sabiendas o no, está sustentando la sumisión de las personas explotadas, en este caso las mujeres, a los deseos de las personas que las explotan y que abusan de ellas, en este caso, los hombres.
A quienes beneficia estos sistemas basados en la explotación de otro ser humano, las mujeres, por parte de un ser humano, los hombres, es sin duda a un sistema que no quiere acabar con las situaciones de dominio sexual, de dominación económica y de sumisión de las mujeres a los designios los hombres. Aquí tenemos que citar, fundamentalmente al patriarcado, pero también a una sociedad basada en el capitalismo donde se ha generado un negocio sumamente rentable con el uso y abuso del cuerpo de las mujeres (la explotación sexual y la explotación reproductiva). Siempre hemos dicho que el patriarcado y el capitalismo van de la mano, pero donde más claramente se puede observar esta alianza es en estas dos formas de explotación entorno a las cuales se ha generado el segundo negocio no reconocido como tal a nivel mundial, denominado “industria de la prostitución y la pornografía”, a la cual se está añadiendo ahora la “industria de los vientres de alquiler”.
Este discurso proxeneta, se apuntala desde el lenguaje, que define a las cosas de un modo erróneo para justificar desde el pensamiento liberal el consentimiento sexual con la libertad sexual.
Las mujeres estamos hartas de sufrir en nuestras carnes y de ver cada día actuaciones que atentan contra nuestros derechos y que toleramos como colectivo social, porque se ha naturalizado que forman parte de nuestra esencia como mujeres. Si somos mujeres no podemos alzar la voz, no podemos protestar, no podemos decir “no” con criterio, no podemos negarnos a satisfacer los deseos de los demás a pesar de que no deseemos cumplirlos…
Así se ha venido articulando todo un sistema de dominación, donde las mujeres estamos sometidas a la idea del libre consentimiento para contraer matrimonio, para tener hijos/as, para trabajar, para estudiar, para ganar un 20% menos que los hombres, incluso para decidir no tener la misma autonomía ni libertad que tienen los hombres. También se ha articulado este sistema de pensamiento basado en la dominación, donde se habla del “derecho de las mujeres para decidir someterse a relaciones desiguales, de violencia, de explotación económica o sexual” incluso.
Bajo estas premisas, las mujeres, tenemos capacidad y podemos elegir entre ser violentadas o no con la misma capacidad de elección que decidir ser empresarias, no casarnos, no tener hijos, ganar lo mismo que los hombres.
Este discurso, obvia la existencia de un sistema de dominación de las mujeres a los hombres históricamente construido, basado en la sumisión y en la utilización de la violencia a todos los niveles (física, psicológica, sexual, verbal y económica) y en todos los ámbitos sociales y culturales de nuestras vidas, también en el ámbito sexual.
Pues bien, el discurso actual de tolerancia social y normalización de la prostitución, es un discurso que ha obviado la existencia de este sistema de dominación, de sumisión y de violencia sexual de los hombres sobre las mujeres. Ha obviado que a nivel sexual las mujeres estamos construyendo nuestros derechos aún. No hay más que ver las posturas judiciales recientemente sostenidas, donde se nos niega la defensa ante una agresión sexual, afirmando que tenemos derecho de autodeterminación sexual basado en la resistencia ejercida ante las agresiones. Y me explico, si te resistes se considera agresión sexual, pero si te sometes por miedo o por prudencia, evitando males aún mayores, estás consintiendo libremente dicha práctica sexual.
Este es el máximo exponente de la violencia sexual, pero se sustenta en el mismo discurso que obvia las desigualdades y que parte de la falacia de que hombres y mujeres podemos elegir igualmente en todos los ámbitos y sobre todo a nivel sexual.
No es que yo niegue la capacidad de autodeterminación sexual que tenemos las mujeres, lo que niego es cómo se ejecuta dicha capacidad a través de prácticas patriarcales tan antiguas como la prostitución, la institución donde se definen las prácticas más claras de sumisión por parte de las mujeres a los derechos y deseos de los hombres precisamente porque hay un pago de dinero. En la prostitución, los hombres actúan: “como tengo dinero, compro la voluntad de una mujer para someterse a mis deseos”, considerando que tengo derecho a hacerlo, sin tener en cuenta el deseo de esa mujer.
No es diferente este esquema de actuación del que tienen los hombres que agreden sexualmente a las mujeres. Los agresores sexuales pasan por alto los deseos de la otra persona, anteponiendo los suyos propios como si tuvieran derecho a ello.
Ninguno de los dos tiene en cuenta el deseo real de las mujeres que se someten a los suyos propios o bien por pago o bien por imposición. Ninguno de los dos tiene en cuenta el derecho de autodeterminación sexual de las mujeres cuando se les niega el deseo y son sometidas como mujeres.
Del consentimiento para ser sometidas sabemos mucho las mujeres. Por eso nos hemos sometido a relaciones de violencia física, psicológica, económica y sobre todo sexual sin rechistar en el matrimonio, en la pareja, en las relaciones con los hombres.
Uno de los derechos básicos cuando hablamos de relaciones sexuales, es poder expresar nuestro deseo sexual. Esto es lo que se nos niega a las mujeres cuando mantenemos relaciones sexuales desiguales y/o violentas, nuestro deseo. Y sin deseo, no hay verdadera libertad sexual.
Sin embargo, nuestra sociedad ha construido el discurso de libertad sexual entorno al consentimiento sexual, llegando a negar el deseo sexual. Su expresión más clara se ve en la prostitución, pero también en las respuestas que se dan ante las agresiones sexuales.
Hasta que no cuestionemos el sistema social que ha sustentado el derecho de pernada para los maridos obviando el deseo sexual de las mujeres y que sigue sustentando el acceso por dinero al cuerpo de las mujeres o las relaciones sexuales no deseadas, no acabaremos con la violencia sexual. Entre tanto las mujeres, podremos prestar consentimiento a mantener relaciones sexuales impuestas sin desearlas, y esto será en todo caso violencia sexual lo miremos por donde lo miremos.

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