lunes, 15 de abril de 2019

Cuando la violencia de género se detecta en la consulta del ginecólogo

No todas las mujeres pasan por una comisaría, pero todas sí acuden a la consulta de un médico.
Charlamos con el doctor Modesto Rey, portavoz de la Sociedad Española de la Contracepción (SEC).
No todas las mujeres pasan por una comisaría, pero todas sí acuden a la consulta de un médico. Por eso, los centros de salud y los hospitales se convierten muchas veces en un espacio de confianza en el que pueden detectarse la violencia de género. Ya existen protocolos específicos en el ámbito sanitario, pero el reto requiere una constante formación de los profesionales de todas las áreas. Charlamos con el doctor Modesto Rey, portavoz de la Sociedad Española de la Contracepción (SEC) unos días antes de que imparta un taller en el Congreso de la Sociedad Andaluza de Contracepción que se celebra en Málaga del 4 al 6 de abril.
Todo el sistema sanitario trabaja con protocolos en la detección de casos, desde la atención primaria hasta las urgencias. También en Ginecología y Obstetricia. La violencia machista afecta de forma directa a la salud sexual y reproductiva de la mujer y se manifiesta de diferentes formas, desde la ablación hasta violaciones. Dentro de la pareja también se produce violencia sexual, aunque se declare menos que los malos tratos físicos. “Esta violencia se ejerce, por ejemplo, en la toma de decisiones en cuanto al control del embarazo y la concepción. A veces los maltratadores presionan para impedir el acceso a métodos anticonceptivos”, explica el doctor.
El acto de imponer el no uso del preservativo constituye por sí mismo coacción y además trae consecuencias directas en la salud de las mujeres, como el riesgo de contagio de enfermedades de Transmisión Sexual (ETS), entre las que se encuentran el VIH o el virus del papiloma humano (VPH). El Protocolo común para la actuación sanitaria ante la violencia de género de 2012 advierte explícitamente de este riesgo: “En las mujeres que se encuentran en una relación abusiva aumenta considerablemente el riesgo de infección por VIH, debido al miedo a las consecuencias de oponerse a una relación sexual no deseada, al temor al rechazo si intenta negociar relaciones sexuales más seguras, y a la propia coerción y manipulación emocional a la que se ven sometidas”.
Las mujeres que sufren violencia suelen hacer más uso de los servicios médicos. Las marcas en el abdomen o en el pecho pueden dar la señal de alarma, pero hay otras menos evidentes: “Por ejemplo, que una paciente acuda en varias ocasiones con una vaginitis de repetición puede hacer saltar las alarmas. Evidentemente, no todas las mujeres que la presentan sufren violencia pero combinado con otros factores sí hace que estemos alerta”, explica el doctor. Retrasar la primera visita prenatal también puede ser un indicativo.
El embarazo: una etapa de riesgo
Tal y como reconoce el protocolo de 2012, el embarazo es un periodo de especial vulnerabilidad y riesgo para las víctimas.  “En ocasiones es en esta etapa cuando la violencia empieza a ser franca y evidente. Asimismo, un porcentaje importante de malos tratos por parte de la pareja se inician en este periodo, incluida la violencia física y sexual”, explica la guía. Las marcas de las agresiones, la obligación de continuar con un embarazo no deseado, el estrés o los abortos son algunas de las secuelas que deja la brutalidad de un agresor y que acaban en una consulta médica.
Tener un hijo crea un nexo entre el agresor y la madre, pero también es una oportunidad para detectar, registrar y acompañar los casos que levantan sospechas. Durante nueve meses, la mujer continuará acudiendo a esa misma consulta con su doctora, enfermera o matrona, lo que constituye una oportunidad para crear un vínculo e indagar si se tienen sospechas. “Se puede preguntar a la paciente por cómo son las relaciones en el ámbito de la pareja, pero también se le puede interrogar de manera más contundente por si sufre situaciones de humillación y desprecio o si su pareja la empuja o la golpea”, explica Modesto Rey, que asegura que las mujeres no se sienten incómodas por tratar el asunto de manera directa.
Cada comunidad autónoma tiene su protocolo en el que una vez detectado el caso, se ponen en contacto con trabajadores sociales u otros especialistas. Los médicos deben registrar toda señal en el historial clínico e indagar sobre el tipo de violencia y el riesgo al que está sometido la víctima, que puede ser vital. Cada mujer está en una situación distinta y hay que contemplar con cuidado los itinerarios, informarle de los recursos y acompañarla en el proceso.

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