sábado, 21 de julio de 2018

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Identidades sexuadas en la infancia: algunos detalles mirando desde sexo
Nota preliminar: Hace un año elaboramos lo esencial de este texto en el marco de debates internos entre profesionales. Pensamos que para avanzar en las cuestiones de actualidad hay que dar pequeños pasos en el momento propicio; por ello, nos hubiera gustado dejarlo reposar un poco más. Sin embargo, acontecimientos recientes nos llevan a publicarlo ahora.
Estas notas son ideas que vamos conformando y organizando netamente desde nuestra perspectiva de la sexología. Lógicamente existen más perspectivas, lo cual es muy enriquecedor, máxime cuando algunas de ellas resultan radicalmente distintas, como sucede en todos los campos del conocimiento. Pese a que consideramos esta sexología especialmente útil para comprender el conjunto de las variantes existentes en los sujetos sexuados, somos plenamente conocedores de que todas dan sus frutos. De igual manera, es sencillo comprobar cómo cada perspectiva utiliza similares términos: hombre, mujer, transexualidad, intersexualidad, sexuación, etc.; pero cada una con sus propios significados e implicaciones.
Bajo la dirección de Efigenio Amezúa, la elaboración teórica del Instituto de sexología Incisex en las últimas cuatro décadas pivota en torno a la idea de sexo. Más en concreto, del sujeto sexuado. Esto es, el hecho de ser hombres y mujeres modernos con sus muchas y variadasconsecuencias. Desde esa idea, se viene explicando que hombres y mujeres son los grandes modos relativos y mutuamente referenciales a través de los cuales el sexo se realiza en el género humano. No los entendemos, pues, como dos formas radicalmente distintas, dos naturalezas, dos clubs, dos géneros o, llevado al extremo, como dos subespecies humanas distintas. Esto permite que nos acerquemos de otra manera, también desde otro lado, a la enorme variedad de hombres y mujeres existentes.
Desde esta idea de sexo, netamente moderna, entendemos que el hecho de ser hombre o de ser mujer no viene determinado por la configuración de su sistema reproductivo o por otras estructuras del propio organismo (genes, cromosomas, cerebro, etc.), como tampoco por su conjunto de hábitos, gustos, sentimientos, habilidades, preferencias, expresiones verbales o actividades. En consecuencia, que alguien sea hombre o mujer no puede ser un diagnóstico al que pueda llegar un tercero (o conjunto de ellos) a través de pruebas, indicadores u observaciones.
Sin embargo, muchas veces vemos que somos los propios profesionales de la sexología quienes incurrimos en algunos de estos dislates al pretender reducir la enorme densidad del concepto de sexo, o del sujeto sexuado, a una categoría, una decisión o alguna de las pequeñas partes de un individuo. Unas partes que, dicho sea de paso, cada vez son más asombrosamente pequeñas e inaccesibles (genitales externos, gónadas, cromosomas, genes, mecanismos moleculares, neuronas, etcétera). Tal vez la expresión desafortunada pero muy extendida de “asignación de sexo” sea la más representativa de estos simplismos que están operando y que parecen no contar con que “sexo” es la raíz de nuestro campo de conocimiento, que llamamos “sexología”. ¿A alguien se le ocurre decir que también se asigna la psique, bios o antropos en el momento del nacimiento? No, porque básicamente resultaría absurdo. Pues con “sexo”, al menos para quienes consideramos que existe la sexología, sucede lo mismo.
Por ello solemos precisar, sobre todo en los últimos tiempos de tanto ruido, prisas y alborotos, que ser hombre y mujer obedece fundamentalmente al peculiar modo sexuado de estar siendo en el mundo de tal persona en referencia al otro gran modo de serlo y estarlo, siempre en gerundio y con sus inmensas variantes. En ese sentido nos situamos muy próximos a Julián Marías cuando, a mediados del siglo pasado, afirmaba que en términos de sexo o de condición sexuada, un hombre no es más que una persona referida a la mujer, lo mismo que una mujer no es más que una persona referida al hombre (Marías, 1963:170). Ni más, ni menos.
Por eso, desde 2011 insistimos tanto en emplear el término transexualidad sólo como una noción explicativa (unidad epistémica, decimos en lenguaje técnico) netamente sustentada junto a otras en el Hecho Sexual Humano de Amezúa y en ningún caso como elemento que sirva para la designación, clasificación o identificación de unos individuos concretos sobre el conjunto, basándose en alguna de sus características. Por otro lado, en cuanto al término “transexual”, tanto en sustantivo como en adjetivo, sin menoscabo de su interés para otros propósitos, hemos decidido descartar su uso por resultar un fuerte obstáculo para la comprensión sexológica de este fenómeno, que es lo que aquí nos interesa.
Así pues ¿qué es lo que vemos más habitual cuando se habla de transexualidad? Tratando de describirlo desde nuestro marco teórico, vemos que el término transexualidad suele aparecer cuando hay alguien que, con relación al sexo, va descubriendo que el peculiar modo sexuado a través del cual se va encontrando más a gusto y desde el cual se explica mejor a sí mismo en relación con el resto de sujetos, no coincide con la forma genérica esperada en la que están presentes algunos de sus principales rasgos relacionados con la reproducción o generación.
En este punto, es necesario subrayar por propia coherencia que si ser hombre o ser mujer no está sujeto a diagnóstico, la transexualidad tampoco podrá estarlo. Por ello, un tercero (cualquiera: familia, profesional, vecino) podrá mostrarse de acuerdo o no, podrá aceptarlo o rechazarlo, apoyarlo u obstaculizarlo en el orden de la convivencia, pero en ningún caso tendrá la posibilidad de resolver esta cuestión con certeza desde fuera. Esto es lo que significa decir que no es diagnosticable y alguna de sus consecuencias.
Por ello, llevamos largo tiempo insistiendo en que para conocer el modo sexuado a través del cual alguien se está encontrando más a gusto con relación al sexo habrá que contar necesariamente con dicho individuo y lo que sobre sí mismo expresa en referencia al otro gran modo sexuado de ser y estar en el mundo. Un proyecto de sujeto cuyo modo, igual que los demás, irá descubriendo y expresando a lo largo de su biografía. Más aún, su peculiar modo de ser sexuado. Es lo que conocemos como sexuación biográfica o, también, en otros términos, como devenir sexuado.
Así pues, durante la infancia, igual que se va conociendo y expresando lo que gusta y disgusta, atrae y atemoriza, con quiénes se lo pasan bien y mal, con la llegada del lenguaje dispondrán de nuevas vías para expresar el modo y las formas concretas (peculiaridades, decimos en sexología) a través de las cuales cada niño y niña se encuentra mejor y peor. Más a gusto y más a disgusto. Una expresión verbal que lógicamente será rudimentaria al comienzo y que poco a poco, con el transcurso de los años, irá aumentando en consistencia, articulación y fluidez.
En este momento suelen aparecer, siempre con relación al sexo, dos grupos de tensiones distintas que conviene mencionar. No ya para ser capaces de distinguir desde fuera unas experiencias de vida de otras (recuérdese que ser hombre y ser mujer no es diagnosticable), sino para conocerlas en el plano de las ideas que orientan la mirada y el entendimiento de las distintas realidades.
Por un lado, las tensiones provenientes del término transexualidad cuando sale a escena y se usa desde fuera como diagnóstico o etiqueta para designar sólo a algunos individuos. Precisamente a quienes su peculiar modo sexuado de estar en el mundo no coincide con la manera en la que habitualmente están presentes en dicho modo algunos de los rasgos relacionados con la reproducción o generación.
Este grupo de tensiones se resuelve más fácilmente cuando se tiene en cuenta que sobre un sujeto (tú, yo, cualquiera) no cabe la pregunta de qué es sino quién es. De igual manera, sobre el sexo y sus modos tampoco cabe la pregunta de qué es sino cómo: de este modo, de este otro, sexuadamente. Tenemos así al “sujeto sexuado” perfilado en un quién y un cómo. Ser hombre y ser mujer, ser un sujeto sexuado, no es ser algo, o tener algo, sino ser alguien. No podemos perder esta pista. Cuestión ésta que, como fichas de dominó que llevan el movimiento de una a la siguiente, nos trasladará al otro grupo de tensiones.
El segundo grupo de tensiones se refiere básicamente a aquellos aspectos del peculiar modo sexuado de un sujeto concreto que no tienen cabida en el contexto donde dicho sujeto va haciendo su vida. En particular, aquellos aspectos que tienen que ver con el comportamiento, preferencias, gustos, aficiones, etc. Aunque se nombran de muchas maneras, los más difundidos últimamente son de género no normativo o, también, de género no conforme.
De tal manera que cuanto más escasa y limitada resulte la variedad de posibilidades de ser hombre y de ser mujer en un contexto determinado (familia, escuela, barrio…), más crecerá la cantidad de sujetos afectados por estas tensiones, así como su intensidad.

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