miércoles, 15 de mayo de 2019

SEXO, PODER Y SALUD (VII): ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A LA SALUD SEXUAL

En 1990 fuimos víctimas de una furibunda campaña mediática y política, a nivel nacional, por hacer un vídeo de educación sexual que venía a decir cosas como esta: «Alguien tiene que hablarles a nuestros hijos de pornografía».
Que el sexo es un asunto de salud, no es nada nuevo. A lo largo de nuestra experiencia profesional, clínica y docente, de más de cuarenta años, hemos constatado este hecho sobradamente. Hemos escrito en otras ocasiones que la sexualidad puede ser una fuente de salud y bienestar pero que, también, puede ser una fuente de sufrimiento para quienes viven experiencias negativas o dolorosas. Muchas personas, hombres y mujeres que viven en pareja, por ejemplo, nos han referido que una vida sexual activa y gratificante –en cualquier momento de su vida– hace que su relación sea más cercana y que, cuando se produce, ellos estén más alegres, contentos, con mayor autoestima. Que se sienten más cómplices y con mayor proximidad a su pareja. O que se preocupen más de su imagen corporal para estar mejor para la otra persona. Esto nos ha pasado en numerosas ocasiones: después de una conferencia, por ejemplo, vienen a hacerme alguna pregunta o confidencia y, muchos de ellos, nos han referido que están de acuerdo con lo que he dicho, que a ellos les va muy bien o que cuando hacen el amor están más contentos y felices. O por el contrario nos refieren un problema en sus relaciones sexuales, señalando inmediatamente que ello afecta de modo negativo a su relación de pareja.
Pero no solo nos parece a nosotros o a esas personas que nos cuentan sus problemas. Nada menos que en 1975 la OMS (Organización Mundial de la Salud) ya nos hablaba de dos conceptos muy importantes: sexualidad sana y salud sexual. Posteriormente, numerosos organismos internacionales y asociaciones profesionales, han corroborado la necesidad de prestar atención a esta área de la salud que tienen que ver con la sexualidad y la reproducción, tanto desde el punto de vista de la prevención (es decir evitar riesgos reproductivos: como el embarazo no deseado, el aborto o las infecciones sexuales y riesgos en la conducta sexual: por ejemplo las disfunciones sexuales, abusos sexuales, parafilias, prostitución, agresiones sexuales, sexting, acoso sexual etc.) como de la promoción de la salud sexual o, lo que es lo mismo, que cada hombre y cada mujer puedan, si así lo desean, tener una vivencia sexual libre, consentida, saludable, placentera, divertida –que también es salud– durante toda su vida.
La inmensa mayoría de los profesionales de la sexología y la educación sexual suscribirían, en términos generales, tal afirmación. Sin embargo, estamos lejos de tener una situación razonablemente satisfactoria. Queda mucho camino por recorrer para normalizar la atención clínica y educativa en esta área. Por ejemplo, la educación sexual sigue siendo la asignatura pendiente en España. Y nos referimos a una actuación programada, sistemática, obligatoria, profesional y científica que llegue a todos y cada uno de los centros de enseñanza de toda la geografía, públicos y concertados, desde la educación infantil hasta la universidad.
Cuanto más tarde se produzca, peor. Más abandonados a su suerte, estarán nuestros adolescentes. ¿Por qué?, bueno porque continúan informándose en materia sexual a través de canales poco adecuados: fundamentalmente a través de internet y de las películas porno. Quizá no ha de extrañarnos el incremento de los riesgos sexuales y reproductivos que hemos señalado más atrás, en particular los abusos y las agresiones sexuales que, a juzgar por la prensa y la televisión, están convirtiéndose en una epidemia.
Lo del consumo de pornografía en jóvenes, como fuente informativa principal, a nosotros nos ha preocupado desde siempre. Por ejemplo, en octubre de 1980, publicábamos el siguiente texto en nuestra página del periódico "Egin": «El hecho de que la pornografía, con su peculiar información sexual y con su objetivo, eminentemente lucrativo, se haya introducido en nuestro Estado, antes que una auténtica educación sexual, va a generar consecuencias graves en la salud sexual de las personas». Incluso en 1990 fuimos víctimas de una furibunda campaña mediática y política, a nivel nacional, por hacer un vídeo de educación sexual que venía a decir cosas como esta: «Alguien tiene que hablarles a nuestros hijos de pornografía». Nos congratulamos, aunque hayan tenido que pasar un montón de años, con que cualquier educador sexual que se precie en el momento actual, señale consideraciones similares en torno a la pornografía.
Por tanto, estamos hablado de un problema de salud al que hay que dar respuesta como a cualquier otro problema sanitario: con formación y recursos adecuados. ¿Y por qué la educación sexual profesional que nosotros preconizamos sigue sin estar normalizada? En gran medida, por la politización de las cuestiones sexuales que, a nuestro juicio, es uno de los factores responsables de este retraso incomprensible en una sociedad avanzada. Circunstancia que hemos criticado reiteradas veces de muchas y variadas maneras, solicitando a los grupos políticos que saquen de sus peleas y debates, los temas que conciernen a la sexología y a la educación sexual, porque se trata de cuestiones de salud. Que no las instrumentalicen como un arma arrojadiza.
Pero hay otra razón: porque esa ideologización asegura una notable polémica y este hecho, lo de crear controversia a propósito, acaba retrasando el proceso de normalización. En nuestro reciente libro "Sexo, poder, religión y política" describimos al menos veinte episodios, en forma de diferentes «broncas», que se han producido en Navarra y que son una prueba evidente de esto que decimos. Cabe incluso pensar que esta polémica no es sino una estrategia política para obstaculizar ese proceso. Hay una excesiva politización de la sexualidad institucional. La política y en concreto los partidos políticos, han tomado decisiones que afectan directamente a estas cuestiones de salud sexual en las que tiende a primar las ideologías, las más de las veces de carácter conservador, frente a los criterios profesionales.
Es verdad que tenemos una vieja tradición que actúa como una pesada losa. En efecto, a lo largo de la historia, la política y la religión han ido de la mano en el control y la censura de la sexualidad, constituyendo un tándem poderoso y eficiente. En buena parte de las culturas y en diferentes momentos históricos el poder político y el religioso han permanecido vigilantes en lo que concierne a las actitudes y conductas sexuales de los ciudadanos y por tanto de su salud, creando sufrimiento, dolor y culpa por doquier. Y cercenando su libertad y sus derechos sexuales. En ocasiones el poder de la ciencia ha reforzado –y por supuesto el poder judicial incluso el poder de la prensa– ese control y esa censura sexual.
Todo ello nos lleva a concluir, que hay una excesiva ideologización y politización de la sexualidad y de la educación sexual, en detrimento de un enfoque más profesional y científico. El sexo ha sido un elemento claramente determinante, provocador de los enfrentamientos, catalizador de los conflictos y tensiones diversas. Y estamos hablando de una cuestión que le interesa a todo el mundo y que, tarde o temprano, en mayor o menor medida, si hay condiciones adecuadas para ello, todo el que puede lo practica.
Y esta polémica –que a no dudar es intencionada por parte de la derecha conservadora– acaba siendo un hándicap, un freno, para la normalización de la educación sexual. Por ejemplo, familias y docentes que podrían participar en programas de educación sexual, no lo hacen, por no involucrarse en esa polémica. Pero lo más importante es que esta situación priva del derecho que tienen todos los niños y niñas, toda la juventud, a recibir una adecuada atención en esta área, dejándoles desprotegidos.

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